EL LINCE Y EL ZORRO.
Había una vez en un bosque, un zorro y un lince, que había crecido juntos desde pequeños, jugando y divirtiéndose juntos, aunque alguna discusión que otra habían tenido.
El zorro era de un color marrón oscuro, y su pelaje brillaba como ninguno. El lince tenia un pelo rubio precioso, distinto al resto de los linces que vivían por allí, lo cuál le hacía singular.
Después de un largo día de juegos, y tras haber perdido por quedar el último, el zorro dijo:
- ¡Yo no he perdido! Mis patas son más cortas que las tuyas y me cuesta más moverme rápido entre tantos árboles, con tantas curvas. Además, podría estropear mi pelo, que brilla mucho más que el tuyo.
- Eso no es cierto, mi pelo es el más bonito de todos.- dijo el lince.
-¡ Lo averiguaremos! ¿Qué te parece si lo decidimos todo en una carrera? Pero esta será sin obstáculos- dijo el zorro con voz burlesca.
-Vale. Pero... con una condición- exclamó el lince.
¿Sí?, ¿cuál?- dijo con voz de extrañado el zorro.
-Aquel que pierda deberá hacer lo que quiera el otro durante todo un día- dijo el presumido del lince.
-¿Aceptas?- dijo de nuevo.
-¡Claro!- exclamo el zorro.
La carrera empezó, iban muy igualados, y cuando ambos estaban a punto de llegar a la meta, se pararon en seco, se miraron, y juntos al mismo tiempo comentaron:
- Esto no tiene sentido.
-¡Claro que no!- respondió el zorro.
- Tu pelo es oscuro, y a sol brilla haciéndole parecer que cambia de color.- comentó el lince con voz seria y firme.
- Y el tuyo es más rubio que el de ningún animal, y al sol parecen rayos de oro.- respondió rápidamente el zorro.
-Está bien, nunca más nos volveremos a pelear por esto. Ambos somos especiales y destacamos en algo, no todo el mundo puede ser igual, sino sería muy aburrido.- explicó el lince.
-Claro que sí lince, tienes razón en lo que dices.- aclaró el zorro con una gran sonrisa.
Ambos se fueron muy contestos, orgullosos de cómo era cada uno, y es que no todas las personas o animales somos iguales, pero todas tenemos algo que nos hace especial y únicas.
